miércoles, 22 de septiembre de 2010

"No hace falta querer al niño que hay detrás del alumno para enseñarle"

“Para ser maestra te tienen que gustar los chicos” o bien “un buen maestro es cariñoso y conoce a todos sus alumnos”. El libro “Maneras de querer” (Paidós) de Ana Abramowski se dedica a desnaturalizar esos mandatos y estereotipos sobre la afectividad docente en las relaciones pedagógicas.

"Es una falsa dicotomía la de enseñar y querer", asegura la educadora Ana Abramowski.

"Es una falsa dicotomía la de enseñar y querer", asegura la educadora Ana Abramowski.

   Abramowski es pedagoga, egresada de la Ciencias de la Educación (UNR), magíster en ciencias sociales y docente e investigadora del Area Educación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) de Argentina.

   La investigación reflejada en su nuevo libro se orienta a problematizar esas relaciones afectivas que los docentes establecen con sus alumnos. El estudio sale al rescate de aquel afecto de carácter público, más generalizado del rol, que le permite a Abramowski afirmar —en diálogo con La Capital— que “no hace falta querer al niño que hay detrás del alumno para enseñarle”.

Estereotipo emocional

   ¿Un docente tiene que querer a los chicos para enseñar?

   —En mi trabajo empecé preguntándome por lo que luego llamé “estereotipo emocional docente”, aquel que dice que para ser maestro te tienen que gustar los niños, tenés que quererlos o que un buen maestro es dulce, cálido y comprensivo. Son cuestiones tan dadas por sentadas que funcionan como un deber ser. Y aquí lo válido es problematizar esa afirmación, ver de dónde viene, cómo se constituyó ese rasgo afectivo, y en especial, cómo funciona hoy.

   —¿Y cómo funciona?

   —No sólo están los estereotipos emocionales del buen maestro, sino que cada vez se habla más de docentes que quieren a los niños pero no les enseñan. Los discursos de la profesionalización apuntan a eso: a armar una falsa dicotomía entre enseñar y querer.

   —¿Cuál es el cambio más notorio entre la relación afectiva pedagógica de la escuela inicial y la de hoy?

   —El costado emocional (de la relación) está en los orígenes del sistema educativo, aún con cierta rigidez y con cierta distancia. Pero si uno recorre historias de vida y le pregunta a cualquiera sobre sus maestros, en esas memorias hay rasgos de afectividad. La cuestión afectiva en los orígenes del sistema educativo era más un plus que un rasgo central, que no estaba psicologizado como está ahora. El punto de inflexión es la entrada de la psicología. Hoy la personalidad está a la vanguardia de la escena, pareciera que para ser maestro y poder sostener ese lugar hacen falta carisma, simpatía, cuando hace unos años el rol se sostenía mucho más desde el oficio.

   —En el libro habla de los “afectos políticamente incorrectos”. ¿De qué se trata?

   —Me encontré con que es difícil estudiar lo afectivo sin tener en cuenta la ambivalencia afectiva, donde aparecen los amores y los odios. Y la verdad es que el odio es difícil de nombrar en la escuela. Generalmente aparece como que son los otros los que rechazan a los malos alumnos. Muchos maestros que entrevisté me nombraron esto de que algunos chicos les caen bien y otros no tan bien, pero también que lo importante es enseñarles y tratarlos a todos por igual. Está presente ahí la impronta igualitaria de la escuela moderna en su área afectiva.

   —Hoy es común escuchar hablar de “vínculo pedagógico”, en especial como una manera de acercarse a los chicos, de conocerlos para poder enseñar. ¿Qué opina?

   —Si recomponer lo vincular tiene que ver con contener y conocer a los chicos, hay que decir que está bastante psicologizada esta idea, y que tiene que ver con una pedagogía más relacional, donde importa generar espacios de proximidad y de intimidad, de saber qué le pasa al otro. Con esta idea, se podría pensar también que el fracaso escolar se vincula a un fracaso afectivo, más que de la inteligencia como pasaba antes. Esto da cuenta de la centralidad de la variable afectiva para nombrar los problemas.

Cuestión de derecho

  —Muchas maestras y maestros dicen que asegurar el aprendizaje a los chicos es una manera de manifestar cariño por la profesión y por tanto a los niños.

   —Uno de mis objetivos con este libro era la especificidad del afecto docente, poder pensar esas modalidades del querer que tenga matices particulares para alguien que elige la docencia como trabajo, como rol. Una manera de querer es desprenderse del otro, dejar que se vaya. Este es un cariño más impersonal, más genérico, no tan ligado a este niño o aquel. Es interesante poder pensar que no se juega en la individualidad el afecto docente, que es un afecto de carácter público. Algo así como pensar: No hace falta que te conozca para que te quiera y para que te enseñe.

   —No pasa entonces tanto por el niño sino por el alumno.

   —Sí, uno puede distinguir entre el niño y el alumno. No hace falta querer al niño que hay detrás del alumno para enseñarle.

   —¿En esta idea está implícito el lugar del derecho a la educación?

   —Sí, y algo más: hay una manera de pensar los afectos más políticamente. Es una manera de estar advertidos de cierta impunidad, para que en nombre de los afectos yo no sea injusto como docente.

http://www.lacapital.com.ar/ed_educacion/2010/9/edicion_83/contenidos/noticia_5020.html

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