Límites, autoridad, impaciencia, sí fácil y
“amiguismo”. Los expertos alertan que el ejercicio pleno de la
paternidad está en riesgo. Coinciden en que el “padre amigo” no cumple
sus funciones. Entre el viejo autoritarismo y el exceso de concesiones.
Las claves.
Les falta autoridad. Pierden la paciencia fácilmente. Son
demasiado complacientes. No saben frenar las demandas. Confunden su rol
al ponerse a la altura de sus hijos o considerarse sus amigos. Cada
época tuvo sus padres con sus complicaciones particulares. Según los
especialistas, a la nueva generación se le dificulta sostener el
ejercicio pleno de la paternidad, entendida no sólo como el ser que ama y
protege sino también como el adulto que pone las reglas y las hace
cumplir.
El ser humano tiende a irse a los extremos. Después de
generaciones de padres rígidos y distantes, ahora los más chicos están
siendo criados por adultos a los que les cuesta horrores imponerse. Son
papás que no quieren repetir viejos mandatos familiares y que además
viven agobiados por las obligaciones cotidianas. Entonces no quieren ser
los malos de la película el poco tiempo que comparten con sus hijos. El
diálogo y la ternura son avances incuestionables para los chicos, pero
permitirles todo y festejarles cualquier pavada tampoco es hacerles
ningún favor. Sobra información y llueven los libros de crianza. Y aún
así ¿por qué cuesta tanto ser padres hoy? Andrés Rascovsky, presidente
de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), es tajante: “El padre
complaciente y amigo no cumple sus funciones, y la función paterna es
indispensable. El padre debe instalar la responsabilidad y los valores. Y
es quien debe brindarse como modelo de identificación”.
Su
colega, Ana Rozembaum, apoya: “Hay un ‘borramiento’ de las diferencias
generacionales que complica las relaciones entre padres e hijos. En
otros tiempos los padres ejercían un exceso de autoridad, casi un
autoritarismo que dificultaba los vínculos. Pero si deponen excesiva y
prematuramente su rol, la situación es caótica”.
Hoy se instaló un
nuevo fantasma: no ser queridos por los hijos, y su consecuencia más
evidente, que es hacer todo tipo de concesiones. “Eso impide el armado
de categorías básicas como la de posible-imposible, permitido-prohibido o
lícito-interdicto”(Rozembaum). La psicoanalista Graciela Faiman ahonda
en la falta de límites: “El chico al que le dejan hacer cualquier cosa
está desprotegido. Y si no encuentra amparo en su familia, lo busca
afuera”. Claudia Amburgo (APA), elogia y pega: “Hoy los padres hablan,
blanquean situaciones y son afectivos, pero son intolerantes y viven
apurados”.
Algunos están haciendo todo lo contrario a lo que sus
mayores hicieron con ellos, “pero ni una cosa ni la otra, pensemos en la
gama de grises que hay en el medio”, propone María Esther de Palma, de
la Fundación Familias y Parejas.
La periodista Flavia Tomaello
escribió un libro sobre el tema: “Qué animales somos como padres”. El
chiste responde a un best seller de una norteamericana hija de chinos:
“Himno de batalla de la madre tigre”. Su teoría es que para que los
hijos triunfen en este mundo ‘cruel’ y ‘competitivo’, hay que ser
rígidos en su educación. Y Tomaello responde que ni tigres ni conejos:
“Nos precedieron generaciones de padres adustos que priorizaron el orden
al vínculo. Eran adultos con carencias de comunicación. Se fundaba la
autoridad en la distancia, se criaba con ‘mano dura’ y sin oportunidad
de debate. En respuesta llegó el modelo centrado en el vínculo. Nacieron
las familias de padres amigos de sus hijos. La autoridad fue proscripta
y el eje central de la crianza fue dar a los pequeños la libertad de
encontrar sus propios límites. Ninguna de las dos experiencias es
plena”.
Una de las consecuencias más visibles de la crianza actual
es el consumo desmedido. Los chicos piden, piden y piden, a veces sin
reparar siquiera en qué, lo importante es que mamá o papá compren. Y
compran. Está claro que las empresas saben dónde apuntar. Lo que no está
claro es por qué los adultos sucumben tan fácilmente. “Se mercantiliza
el vínculo, supliendo el tiempo de atención que los padres deben dedicar
a sus hijos a cambio de regalos que generan un patrón de intercambio
donde los chicos reclaman cosas como forma de pedir atención y los
padres se las dan como manera de suplir el tiempo y cubrir la culpa”,
dice el economista Matías Tombolini. Su consejo no sólo es barato, es de
puro sentido común: a los chicos hay que prestarles atención. Hay que
sentarse en su cuarto a jugar a los autitos, a las muñecas o a cualquier
cosa. “No hace falta estar dos horas, con quince minutos de toda
nuestra atención se puede reconfigurar el sentido de los bienes, que
deben ser entendidos como un medio y no como un fin en sí mismo”.
La psicóloga Marisa Russomando insta a recuperar el instinto: “Los niños desean y necesitan padres responsables y divertidos”.
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